Planeta HUMANO March 1999 REIRSE CON LA CIENCIA Texto: Julio A. Parrado / Fotos: Pieter Van Hattem / Mark Peters Mark Abrahams ha hecho del himno estudiantil una norma de vida: "Gaudeamus igitur". Divirtamonos. Y en medio de la universidad de Harvard, rodeado de media docena de premios Nobel, y bajo un escudo en que se lee un amenazante "Veritas", edita la revista "Anales de la investigacion improbable", un ejercicio de escepticismo y humor para desmitificar la ciencia y a muchos engreidos cientificos. La prestigiosa Universidad de Harvard, en las afueras de Boston, ha aportado a la humanidad avances científicos que han cambiado nuestras vidas, fórmulas matemáticas que han revolucionado el mundo de las finanzas, teorías sociológicas que han modificado la percepción de nuestro entorno. Es el alma mater de treinta premios Nobel, que atestiguan el presitigio de la institución. Los hallazgos científicos, y teorías que salen de sus laboratorios y aulas, van por lo menos a misa. "Veritas", señala sin tapujos en el escudo su conocido lema. Sin embargo, en este pequeño apartamento y algo desorganizado desván, a escasos metros del corazón del campus de la racionalidad y la sabiduría, un grupo de "descerebrados" científicos ha puesto el himno escolar "gaudeamus igitur" (divirtámonos) por encima de la búsqueda de cualquier verdad. Semanalmente, Mark Abrahams y sus irreverentes compinches se reúnen en el número 19 de la calle Sacramento para dar la vuelta a la lógica, jugar con la razón, hacer risas con la ciencia y demostrar que la ecuación clave del problemareside en abundantes dosis de escepticismo y humor. Abrahams, Stanley, Peacco y Rita discuten esta tarde cuáles son los artículos que mejor encajarían en el próximo número de su revista científica. ¿Quizás una complicada teoría sobre los efectos de la rotación terrestre sobre la caída de los gatos al suelo? ¿Qué tal otro sobre la relación entre fuerzas gravitatorias y los genitales del macho humano? "Por favor, apuntad en la parte posterior vuestros comentarios", insiste Abrahams, con la seriedad y gravedad propia de un editor de un journal de peso científico. Claro que el suyo tiene poco que ver con Science o Nature, las dos grandes revistas científicas, portavoces mundiales de los últimos descubrimientos y teorías. Abrahams y su equipo están detrás de un proyecto disparatado llamado Annals of Improbable Research (Anales de Investigación Improbable, AIR aire en castellano- en su acrónimo en inglés). Su revista es la única del género que combina ciencia y humor. Desde la aerodinámica de las patatas fritas hasta una nueva tabla periódica políticamente correcta que elimina la nomenclatura sexista además de estar exenta de elementos tóxicos y contaminantes. Los temas pueden resultar una locura y las hipótesis, descabelladas. Pero en Annals imponen un requisito indispensable: todos los estudios deben estar explicados de forma racional al 100%. Esta meticulosidad científica es la que ha hecho ganarse una reputación internacional a Annals. Los nuevos "aires" de la revista han arrasado entre la comunidad más o menos científica. Miles de personas de todo el mundo están suscritas y colaboran cada dos meses aportando teorías propias y ajenas, nacidas como una pura ficción o engendradas después de meses de dura investigación. "Un 30% de lo que publicamos son artículos científicos escritos con vocación de seriedad", explica Abrahams. "Sus planteamientos y conclusiones resultaban tan disparatados que nos resistimos a no inmortalizarlos". Otro tercio son pura invención de los cientos de colaboradores de la publicación, otro tanto está compuesto por disparatados experimentos como, por ejemplo, la reacción humana ante la gominola en el suelo. De esta forma, en los Annals resulta difícil distinguir cuáles de sus artículos corresponden a una u otra categoría. Casi tan imposible como averiguar cuándo sus creadores hablan en broma o en serio. "Mi tesis matemática fue sobre el Ergodic", afirma risueño Stanley Eigen, retando los conocimientos matemáticos de este periodista mientras se empeña en demostrar sus teorías utilizando un tiovivo metálico de juguete. Eigen es profesor de matemáticas en la cercana Northeastern University. Un buen día se plantó ante Abrahams, licenciado en matemáticas por Harvard y antiguo programador informático, y decidió sumarse a esta historia. Mark Abrahams, de 41 años, llevaba tiempo tratando de mantener a flote una revista similar de edición israelí. Aquel proyecto fracasó y decidió publicar su propia revista hace ya cuatro años. Y es que hasta los orígenes de Annals son tan extravagantes y confusos como los artículos que publica en sus páginas. "¿Qué versión quieres de nuestra historia, la larga o la corta?", es la frase recurrente de ambos fundadores. "Al principio, la comunidad científica te mira un poco con recelo. Hay muchos que aún piensan que la ciencia no debe salirse de su senda de seriedad. Pero al final, la mayor parte se nos ha aceptado y muchos investigadores de renombre compiten por aparecer en Annals", asegura Abrahams. Si bien entre las cosas que más enorgullecen al editor es tener entre sus colaboradores a un pirata informático entre rejas, no oculta cierta alegría de contar entre sus asiduos con un investigador galardonado con el premio Nobel. "Aunque esto no quiere decir nada", asegura. Entre las cartas y correos electrónicos que llegan a la improvisada redacción del Annal, figuran las de numerosos investigadores de fuera y dentro de Estados Unidos. El mes pasado llegó incluso la primera de España, procedente de la Facultad de Agrónomos de Córdoba. La mayor parte prefiere usar sinónimos para no empañar su "reputación". "Escribir en los Annals es casi como una terapia, una válvula de escape. El resorte del humor es fundamental para la salud mental de un investigador. Tantos años de encierro y pruebas que pueden no conducir a nada. Si te lo tomas demasiado en serio, te vuelves loco", asegura Mark Abrahams. Los Annals of Improbable Research se ríen descaradamente de una de las obsesiones más patentes en el mundo de la investigación: publicar, plasmar en papel las teorías. Hoy en día existen más de 10.000 revistas científicas de todo tipo. "En la comunidad científica el afán por salir a la luz es tal, que se acaban diciendo muchas tonterías. De hecho, es abundante el material que extraemos de estos periódicos", apunta Stanley Eigen. El volumen de trabajos recibidos es tal que Abrahams ha tenido que introducir recientemente un certificado de rechazo, con el que devuelve los artículos a sus destinatarios con el mayor sentido del humor posible. Abrahams ha convertido también el Annals en una especie de plataforma de denuncia de la manipulación e intereses que se ocultan detrás de los hallazgos científicos. "La gran cantidad de dinero invertido pone a los científicos bajo una enorme presión. Al final terminan publicando apresuradamente para dar la sensación de que hay resultados, aunque las teorías sean aproximativas o no supongan un paso adicional destacable", explica. Hasta las publicaciones de renombre han entrado en una carrera casi de tabloide por sacar cada mes un descubrimiento que ensombrezca al que publica la competencia. "Por eso nosotros planteamos la duda ante todo. Instamos a reflexionar sobre la necesidad de desconfiar porque al fin y al cabo quién valida un descubrimiento o una teoría... sólo el tiempo", asegura Abrahams. A los que atacan a los Annals de irreverentes y de prestar un escaso servicio a la ciencia, Abrahams les recuerda el largo listado de investigadores que durante años fueron tomados por locos. También existen denodados defensores de la publicación que la utilizan en sus aulas para despertar la inquietud y la curiosidad de los estudiantes. "Es una forma de estimular el sentido de la crítica y atreverse a desafiar a lo establecido". Los Annals han alcanzado tal respetabilidad en Harvard que anualmente realizan una ceremonia con toda la pompa y el boato digna de una institución con 350 años de historia. Y con toda la juerga y jarana propia del equipo de Annals. La entrega de los Premios Ig-Nobel (que fonéticamente suena como innoble) tiene lugar en el sancta sanctorum de Harvard, el aula magna Memorial Hall. Es difícil imaginar cómo la solemnidad de la sala se rompe durante unas horas por el desfile de lunáticos y atrevidos investigadores. En la edición de 1998 fueron premiados, entre otros, los primeros ministros de La India y Pakistán en la categoría de la Paz- por la reanudación de las pruebas nucleares; o el francés Jacques Benveniste por señalar que el agua "posee memoria", y Peter Fong, un biólogo partidario de tratar a las almejas con el antidepresivo Prozac. La estrella, no obstante, fue el canadiense Troy Hurtubise, todo un hallazgo del que Abrahams se enorgullece. Este aventurero ha merecido una mención especial por dedicar diez años de su vida y toda su fortuna a construir una armadura a prueba de osos pardos. Gary Dryfoos, profesor en el famoso MIT (Massachusetts Institute of Technology), y Bradley C. Barnhorst, estudiande de Informática en Havard, son los encargados de comenzar la preselección de candidatos a los Ig-Nobel. Dryfoos es el sabueso del Annals, hurgando entre la amalgama de publicaciones y páginas de Internet para detectar a científicos a la altura de un Ig Nobel. "No es tan fácil como parece, siempre hay un tipo aún más disparatado del anterior", asegura. Mientras Barnhorst se inclina por reconocer los trabajos genéticos, Dryfoos quiere cerrar este capítulo. "El pasado año ya premiamos a un investigador que amenazaba con clonarse a sí mismo repetidas veces". Hoy, la reunión de los Ig-Nobel tiene lugar en el museo del Annals, un abandonado invernadero ubicado en la azotea de uno de los laboratorios de la universidad. El efecto invernadero agudiza el delirio de esta exposición de reliquias de antiguas ceremonias del Ig Nobel y descabellados inventos científicos. Entre extraños ventiladores, voluminosos currículos, y estrafalarias muñecas existe una colección de flamencos rosas de plástico. Un invento inverosimil que ha terminado formando parte de la cultura popular estadounidense. Quién iba a pensar que el creador de estas criaturas montaría todo un imperio de plástico?, se pregunta Abrahams. ¿Quién sabe si un buen día los Anales de Investigación Improbable acabarán ensombreciendo a la mismísima Science?